jueves, 26 de abril de 2007

Carpe Diem

Esta expresión de origen latino alude a una idea moral o ética que se ha reflejado en numerosas ocasiones en la literatura europea: vive el presente, aprovecha el momento, etc. En realidad puede dar lugar a diversas interpretaciones, por ejemplo, como una reflexión sobre la fugacidad de la vida, o sobre su inestabilidad; pero también podría verse en el sentido de un hedonismo superficial, o incluso nihilista y autodestructivo. Observa cómo aparece en un poema de Góngora y luego lo comentamos en clase: Poema
Trata de identificar la idea del carpe diem en el soneto.

También puedes consultar la entrada "carpe diem" en Wikipedia.

Mi opinión: Por una parte no podemos ignorar que nuestras acciones tienen consecuencias que afectarán a nuestro futuro (aunque nuestro futuro todavía no exista), que la vida es algo más que hoy, o ahora. Por otra parte si no vivimos hoy (empleo esta palabra en un sentido figurado) no viviremos nunca. Encontrar el equilibrio entre los cuidados que debemos a ese ser futuro que seremos y al mismo tiempo no desatender el presente (saber apreciar lo que ahora tenemos o somos) es algo que cada uno debe resolver. Finalmente los términos "vivir" o "aprovechar" (el presente) pueden tener diversos sentidos: pueden indicar que a veces dejamos pasar el tiempo con preocupaciones inútiles sin darnos cuenta de lo importante.

miércoles, 25 de abril de 2007

Entrevista al científico Antonio Damasio (redes)

Filosofía en la Cadena Ser ("Pensar por Pensar")

Díálogo que semanalmente mantienen el filósofo Manuel Cruz y el antropólogo Manuel Delgado en el programa La ventana de la Cadena Ser. Observa cómo el filósofo intenta mirar debajo de la superficie de las cosas: Escuchar. Por ejemplo, el 13 del 12 de 2005 se habló sobre el cuerpo.

domingo, 22 de abril de 2007

EPICURO. MÁXIMAS CAPITALES (SELECCIÓN)

-(2) La muerte no es nada para nosotros. Porque lo aniquilado es insensible y lo insensible no es nada para nosotros.
[Lo sensible determina el límite de lo que es para nosotros. Aquí vemos cómo la teoría del conocimiento se integra en una reflexión sobre la muerte que pretende inducir un determinado estado psíquico y moral]

-(5) No es posible vivir placenteramente sin vivir prudente, honesta y justamente, ni vivir prudente, honesta y justamente sin vivir placenteramente. A quien no alcanza esto, no le es posible vivir placenteramente.
[Virtud y felicidad. Cf., Aristóteles y Kant (en cuyo pensamiento es necesario postular la existencia de Dios y la inmortalidad del alma para garantizar la coincidencia entre virtud y felicidad). Tener en cuenta las particularidades de los conceptos de prudencia, virtud, y felicidad en la Antigua Grecia]

-(8) Ningún placer es por sí mismo malo. Pero lo producido por ciertos placeres comporta muchas más perturbaciones que placeres.
[En el hedonismo de Epicuro es fundamental el conocimiento –y la evaluación– de las consecuencias de los diferentes placeres. Es un hedonismo racional o inteligente].

-(11) Si nada nos inquietaran las aprensiones ante los fenómenos celestes y ante la muerte –no fuera ella acaso algo para nosotros–, y también el no conocer los límites de los dolores y los deseos, no necesitaríamos de la investigación de la naturaleza.
[La importancia del conocimiento científico de la naturaleza. La ignorancia y la superstición son fuente de inquietud y miedo, al contrario que el conocimiento de la realidad. Nótese la relación entre ciencia y ética]

-(12) No era posible disipar el temor acerca de las cosas supremas sin examinar cuál es la naturaleza del universo y sin abrigar alguna sospecha de las creencias sobre los mitos. De manera que sin la investigación de la naturaleza no era posible conseguir placeres puros.
[Véase comentario anterior]

-(15) La riqueza conforme a la naturaleza está limitada y es muy fácil de conseguir. Lo que es conforme a las vanas opiniones cae al infinito.
[Es más feliz quien vive de acuerdo con la naturaleza. La riqueza, en el sentido vulgar, no tiene límite y por tanto es fuente de insatisfacción]

-(16) Breves ataques lanza contra el sabio la fortuna pues los mayores y más importantes bienes se los ha suministrado su razón y durante todo el tiempo de su vida se los suministra y se los suministrará.
[La fortuna, como la suerte, puede variar y no depende de nosotros. Pero cuando los más importantes bienes que poseemos no son materiales y proceden de la razón, entonces están a salvo de los vaivenes de la fortuna. Y en esta medida el sabio está protegido contra esa inestabilidad]

-(27) De cuantos bienes nos proporciona la sabiduría para la felicidad de toda la vida, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad.
[La importancia de la amistad nos dice mucho del significado del placer en el hedonismo de Epicuro. V., también, Aristóteles]

-(29) De los deseos unos son naturales y necesarios. Otros, naturales y no necesarios, Otros, ni naturales ni necesarios, sino nacidos de la vana opinión.

-(31) Lo justo según la naturaleza es una convención [un pacto] sobre lo que lleva a no hacerse daño unos a otros y a no ser dañado.
[Cf., el concepto de justicia en Platón]

-(39) El que se ha formado de la mejor manera para no poner su confianza en las cosas de fuera, éste hace que todas las cosas posibles le sean familiares y que las no posibles no le sean al memos extrañas. Y con cuantas cosas no le es posible ni siquiera esto, permanece al margen y se limita a aquello que le es útil hacer.
[No vale la pena preocuparse por aquello sobre lo que no podemos hacer nada. También expresa el giro ético de la filosofía helenística]

miércoles, 18 de abril de 2007

LA FELICIDAD SEGÚN EPICURO


EPICURO Su escuela (más bien un grupo de amigos) se encontraba en el jardín de su casa y a ella podían acudir, a diferencia de lo que ocurría en otra escuelas, mujeres y esclavos. Llevaban una vida modesta y tranquila. La ética de Epicuro relaciona virtud, placer, y felicidad mediante el cuidado del cuerpo (vida sana) y del espíritu (podríamos decir también "del alma", pero recordando que para Epicuro se trata de algo material y mortal -como la mente-), para lo que resulta imprescindible un conocimiento correcto de la realidad, ya que hay creencias erróneas que son un obstáculo para la felicidad.
La filosofía nos dice qué pensar y cómo vivir para ser felices (lo que implica un determinado concepto de felicidad: básicamente, la ausencia de sufrimiento y la paz espiritual). Su objetivo es fundamentalmente práctico: mientras que la medicina se ocupa del cuerpo, la filosofía se ocupa de la salud del alma, es sobre todo -aunque no exclusivamente- un arte de vivir, una ética.
Para Epicuro no todos los placeres son iguales, son preferibles los duraderos frente a los fugaces y los de carácter espiritual frente a los más materiales, sin embargo, esto no significa un desprecio de los placeres sencillos asociados al cuerpo, especialmente cuando responden a la satisfacción de una necesidad básica, como beber agua cuando se tiene sed. Por otra parte, ya sabemos que a veces es preferible elegir un dolor (mal) o rechazar un placer (bien) si tenemos en cuenta las consecuencias.
[Entre nosotros: creo que una sugerencia de Nietzsche proporciona una clave para entender al filósofo griego. Epicuro estaba enfermo y trato de imaginarme lo que es el placer para un enfermo, principalmente no sentir dolor, poder disfrutar de las cosas sencillas que nos gustan y nos proporcionan bienestar. De alguna manera, para el enfermo, la felicidad sería el estado normal].

-Tema de redacción/investigación: "Lo superfluo".

lunes, 9 de abril de 2007

VOLTAIRE. Fragmentos de Tratado sobre la Tolerancia

El furor que inspiran el espíritu dogmático y el abuso de la religión cristiana mal entendida ha derramado tanta sangre, ha producido tantos desastres en Alemania, en Inglaterra, e inclu­so en Holanda, como en Francia: sin embargo, hoy día, la dife­rencia de religión no causa ningún disturbio en aquellos Esta­dos; el judío, el católico, el griego, el luterano, el calvinista, el anabaptista, el sociniano, el menonita, el moravo, y tantos otros, viven fraternalmente en aquellos países y contribuyen por igual al bienestar de la sociedad.
Ya no se teme en Holanda que las disputas de un Gomar sobre la predestinación motiven la degollación del Gran Pensio­nario[RC13]. Ya no se teme en Londres que las querellas entre presbi­terianos y episcopalistas acerca de una liturgia o una sobrepelliz derramen la sangre de un rey en un patíbulo. Irlanda, poblada y enriquecida, ya no verá a sus ciudadanos católicos sacrificar a Dios, durante dos meses, a sus ciudadanos protestantes, ente­rrarlos vivos, colgar a las madres de cadalsos, atar a las hijas al cuello de sus madres para verlas expirar juntas; abrir el vientre a las mujeres encintas, extraerles a los hijos a medio formar para echárselos a comer a los cerdos y los perros; poner un puñal en la mano de sus prisioneros atados y guiar su brazo hacia el seno de sus mujeres, de sus padres, de sus madres, de sus hijos, ima­ginando convertirlos en mutuos parricidas y hacer que se con­denen al mismo tiempo que los exterminan a todos. Esto es lo que cuenta Rapin-Thoiras, oficial en Irlanda, casi nuestro con­temporáneo; esto es lo que relatan todos los anales, todas las historias de Inglaterra y que, sin duda, jamás será imitado. La filosofía, la sola filosofía, esa hermana de la religión, ha desar­mado manos que la superstición había ensangrentado tanto tiempo; y la mente humana, al despertar de su ebriedad, se ha asombrado de los excesos a que la había arrastrado el fanatismo.
También nosotros tenemos en Francia una provincia opu­lenta en la que el luteranismo supera al catolicismo. La univer­sidad de Alsacia se halla en manos de luteranos; ocupan una parte de los cargos municipales: jamás la menor disputa religio­sa ha turbado el reposo de esa provincia desde que pertenece a nuestros reyes. ¿Por qué? Porque no se persigue en ella a nadie[RC14].

Salgamos de nuestra pequeña esfera y examinemos el resto de nuestro globo. El Gran Señor gobierna en paz veinte pueblos de diferentes religiones; doscientos mil griegos viven en seguridad en Constantinopla; el propio muftí nombra y pre­senta al emperador al patriarca griego; se tolera a un patriarca latino. El sultán nombra obispos latinos para algunas islas de Grecia y he aquí la fórmula que emplea: «Le mando que vaya a residir como obispo a la isla de Quío, según su antigua costum­bre y sus vanas ceremonias.» Este imperio está lleno de jacobi­tas, nestorianos, monotelitas; hay coptos, cristianos de San Juan, judíos, guebros, banianos. Los anales turcos no hacen mención de ningún motín provocado por alguna de esas religiones.
Los japoneses eran los más tolerantes de todos los hom­bres: doce religiones pacíficas estaban establecidas en su impe­rio; los jesuitas vinieron a ser la decimotercera, pero pronto, al no querer ellos tolerar ninguna otra, ya sabemos lo que sucedió: una guerra civil, no menos horrible que la de la Liga, asoló el país. La religión cristiana fue ahogada en ríos de sangre; los japoneses cerraron su imperio al resto del mundo y nos consi­deraron como bestias feroces, semejantes a aquellas de que los ingleses han limpiado su isla. En vano el ministro Colbert, com­prendiendo la necesidad que tenemos de los japoneses, que para nada nos necesitan a nosotros, intentó establecer un comer­cio con su imperio: los halló inflexibles.
Así pues, nuestro continente entero demuestra que no se debe ni predicar ni ejercer la intolerancia.
Volved los ojos hacia el otro hemisferio; ved la Carolina, de la que el prudente Locke[RC15] fue legislador: bastan siete padres de familia para establecer un culto público aprobado por la ley; tal libertad no ha hecho surgir ningún desorden.

Tenemos judíos en Burdeos, en Metz, en Alsacia; tenemos luteranos, molinistas, jansenistas: ¿no podemos soportar y aceptar la presencia de calvinistas poco más o menos en las mismas condiciones en que los católicos son tolerados en Lon­dres? Cuantas más sectas hay, menos peligrosa es cada una de ellas; la multiplicidad las debilita, todas son reprimidas por leyes justas que prohíben las asambleas tumultuosas, las in­jurias, las sediciones, y que siempre están en vigor por la fuer­za coactiva. [Cf. Iglesia y Estado, religión y ley -norma jurídica-. La ley pone un límite a la tolerancia: leyes justas que prohíben].

Existen todavía fanáticos entre el populacho calvinista; pero es sabido que hay aún más entre el populacho convulsio­nario[RC20] [...]El gran medio de disminuir el número de maniáticos, si quedan, es someter esta enfermedad del espíritu al régimen de la razón, que lenta, pero infalible­mente, ilumina a los hombres. Esta razón es dulce, es humana, inspira indulgencia, ahoga la discordia, fortalece la virtud, hace amable la obediencia o las leyes, mucho más de lo que la fuerza las impone. ¿Y consideraremos como cosa baladí el ridículo que se atribuye hoy día al entusiasmo por la mayoría de las gentes honorables? Dicho ridículo constituye una pode­rosa barrera contra las extravagancias de todos los sectarios. Los tiempos pasados son como si nunca hubieran existido. Hay que partir siempre del punto en que se está y de aquel a que han llegado las naciones.
[Razón frente a oscurantismo y superstición. Ilustración:]
Hubo un tiempo en que se creyó obligatorio promulgar decretos contra los que enseñaban una doctrina contraria a las categorías de Aristóteles[RC21], al horror al vacío, a las quintaesen­cias y al universal de la parte de la cosa. Tenemos en Europa más de cien volúmenes de jurisprudencia sobre la brujería, y sobre la manera de distinguir los falsos brujos de los verda­deros. La excomunión de los saltamontes y de los insectos noci­vos para las cosechas ha sido empleada profusamente y todavía subsiste en algunos rituales. La costumbre ha caducado; se deja en paz a Aristóteles, a los brujos y a los saltamontes. Los ejem­plos de esas graves locuras, en otros tiempos tan importantes, son incontables: se producen otras de vez en cuando; pero cuan­do han producido su efecto, cuando se está harto de ellas, mue­ren por sí mismas. Si a alguien se le ocurriese hoy día ser carpocrático, o eutiquiano, o monotelita, o monofisita, o nesto­riano, o maniqueo, etc., ¿qué sucedería? Se reirían de él, como de un hombre vestido a la antigua, con gola y jubón.

OPCIONAL: [razón/filosofía frente a la superstición]
La superstición es a la religión lo que la astrología a la astronomía: la hija muy loca de una madre muy cuerda. Estas dos hijas han subyugado mucho tiempo toda la tierra.
Cuando, en nuestros siglos de barbarie, había apenas dos señores feudales que tuviesen en sus castillos un Nuevo Testa­mento, podía ser disculpable ofrecer fábulas al vulgo, es decir a esos señores feudales, a sus estúpidas mujeres y a los brutos de sus vasallos: se les hacía creer que san Cristóbal había trans­portado al Niño Jesús de una a otra orilla de un río; se les ati­borraba de historias de brujas y posesos; imaginaban sin difi­cultad que san Genol curaba la gota y santa Clara las enfermedades de la vista. Los niños creían en los fantasmas y los padres en el cordón de san Francisco. La cantidad de reli­quias era innumerable.
La herrumbre de tantas supersticiones ha subsistido toda­vía algún tiempo en los pueblos, incluso después de que la reli­gión se depuró. Sabido es que cuando el Señor de Noailles, obis­po de Chálons, mandó quitar y arrojar al fuego la pretendida reliquia del santo ombligo de Jesucristo, la ciudad entera de Châlons le hizo un proceso; pero el obispo tuvo tanto valor como piedad y no tardó en convencer a los habitantes de la Champaña que se podía adorar a Jesucristo en espíritu y en ver­dad sin tener su ombligo en una iglesia.
Los llamados jansenistas contribuyeron no poco a desa­rraigar insensiblemente en el alma de la nación la mayor parte de las falsas ideas que deshonraban a la religión cristiana. Se dejó de creer que bastaba recitar la oración de los treinta días a la Virgen María para obtener lo que se deseaba y para pecar impunemente.
Por fin, la burguesía ha empezado a sospechar que no era santa Genoveva la que daba o hacía cesar la lluvia, sino que era el propio Dios el que disponía de los elementos. Los frailes se han asombrado de que sus santos ya no hagan milagros; y si los autores de la Vida de san Francisco Javier volviesen al mundo, no se atreverían a escribir que este santo resucitó a nueve muertos, que estuvo al mismo tiempo en la tierra y en el mar y que, habiendo caído al mar su crucifijo, un cangrejo se lo devolvió.
Lo mismo ha sucedido con las excomuniones. Nuestros historiadores nos cuentan que cuando el rey Roberto fue exco­mulgado por el papa Gregorio V por haberse casado con la prin­cesa Berta, su comadre, sus criados arrojaban por las ventanas los manjares que se habían servido al rey, y que la reina Berta dio a luz una oca en castigo de aquel matrimonio incestuoso. Se duda hoy día que los maestresalas de un rey de Francia exco­mulgado arrojasen su cena por la ventana y que la reina trajese al mundo un ansarón en semejante oportunidad.
Si hay algunos convulsionarios en un rincón de un barrio, se trata de una enfermedad pedicular
[RC49] que sólo ataca al popu­lacho más vil. La razón penetra día a día en Francia, tanto en las tiendas de los comerciantes como en las mansiones de los seño­res. Hay pues que cultivar los frutos de esta razón, tanto más cuanto que es imposible impedirles que nazcan. No se puede gobernar a Francia, después de haber recibido las luces de los Pascal[RC50], los Nicole, los Arnaud, los Bossuet, los Descartes[RC51], los Gassendi, los Bayle[RC52], los Fontenelle, etc., como se la gobernaba en tiempos de los Garasse y los Menot.
Si los maestros de los errores, quiero decir los grandes maestros, tanto tiempo pagados y cubiertos de honores por embrutecer al género humano, ordenasen hoy día creer que el grano debe pudrirse para germinar; que la tierra está inmóvil en sus cimientos, que no gira alrededor del sol; que las mareas no son un efecto natural de la gravitación, que el arco iris no está formado por la refracción y la reflexión de los rayos de la luz, etc., y si se basasen para ello en pasajes mal comprendi­dos de las Sagradas Escrituras para justificar sus órdenes, ¿cómo serían mirados por todos los hombres instruidos? ¿La palabra bestias sería demasiado fuerte? ¿Y si esos sabios maes­tros empleasen la fuerza y la persecución para hacer reinar su insolente ignorancia, el término de bestias feroces sería inade­cuado?
Cuanto más se desprecian las supersticiones de los monjes, más se respeta a los obispos y más se considera a los sacerdotes; sólo hacen bien y las supersticiones ultramontanas harían mucho mal. Pero de todas las supersticiones, la más peligrosa ¿no es la de odiar al prójimo por sus opiniones? ¿Y no es evi­dente que sería todavía más razonable adorar el santo ombligo, el santo prepucio, la leche y el traje de la Virgen María que detestar y perseguir a nuestro hermano?

Sería el colmo de la locura pretender hacer que todos los hombres piensen de una manera uniforme sobre la metafísica. Se podría mucho más fácilmente someter el universo entero por las armas que subyugar todas las mentes de una sola ciudad.


VOLTAIRE PONE DE MANIFIESTO IRÓNICAMENTE LO QUE LA RELIGIÓN SIGNIFICA PARA ALGUNOS:
«Este pequeño globo, que no lo es, rueda en el espacio, lo mismo que tantos otros globos; estamos perdidos en esa inmen­sidad. El hombre, de una estatura aproximada de cinco pies, es seguramente poca cosa en la creación. Uno de esos seres imper­ceptibles dice a algunos de sus vecinos, en Arabia o en Cafrería: "Escuchadme, porque el Dios de todos esos mundos me ha ilu­minado: hay novecientos millones de pequeñas hormigas como nosotros en la tierra, pero sólo mi hormiguero es grato a Dios; todos los otros le son odiosos desde la eternidad; únicamente mi hormiguero será feliz, todos los demás serán eternamente des­graciados."»